El papel arrugado a un costado de la cocina decía: De todos modos, no hablábamos mucho... Te veo por ahí.
Ni siquiera sabía quién lo había escrito. Tenía la sensación de que cualquier compañera podría habérmelo dedicado. Una relación frustrada, un abrazo amoroso que no pasó a mayores, un beso clandestino de una amiga.
Sin embargo, una seguridad se me incrustó en el pecho como una veta de plata en una cantera de piedra. Era todo yo con esa verdad: era de Nadia.
Nadia había estado en mi casa. Y yo supe que ella estuvo. Pero ahora... Ahora mi cabeza está en blanco. Y no tengo refugio de la tormenta que se desató.
Suena el timbre.