Estaba apoyada sobre la mesada mientras el agua corría. Yo estaba sentado detrás, a unos metros de distancia. Sin energía, como derretido sobre el asiento. Agotado como un motor viejo, restaurado demasiadas veces.
Miraba el nudo de su delantal, imitando la forma de la cintura.
Ella no se daba vuelta. No se movía, solo miraba el agua correr. Había un globo naranja desinflado. Lo tomó, lo puso sobre la canilla y empezó a inflarse con agua. El globo se estiraba y aumentaba si volumen, se bamboleaba.
Parte del agua seguía escurriéndose por los caños.
Dio vuelta su cara y vi su perfil. Todo lo que hay entre nosotros podría entrar por esta rejilla...
Ató la punta estirada del globo y lo empujó sobre la mesada. Fue rodando amorfo, rebotando, hasta que cayó al piso sin explotarse. Seguía deformándose y en otro momento hubiera sido algo cómico. Rodó algunos segundo más y ahí sí estalló, largando el agua sobre el piso de la cocina.
Todo lo que queda entre nosotros es algo así. Señaló lo que quedaba en el piso.
No me moví mientras ella me decía eso. Solo levanté los pies y los apoyé sobre la silla, para evitar que el agua mojara mis zapatos.
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