Imaginen un tren rápido. Su velocidad va esparciendo su imagen por el aire. Es una mancha borrosa y alargada para los que lo miran detenidos.
La atmósfera anaranjada y el calor. El olor a quemado. Así se veían los atardeceres en algún momento.
Visto desde el aire, el tren se dirige por una línea indefinida, hasta que se pierde de vista. A sus lados, dos autopistas pobladas de luces blancas y rojas.
El tren es de metal. Gris y blanco, vidrios espejados.
Desde el interior del tren en movimiento se ven los vehículos en la autopista como si estuvieran detenidos o yendo en marcha atrás lentamente.
Desde el puente que cruza las vías y las autopistas se puede ver el tren sólo algunos segundos, hasta desaparecer en el momento en que la vía se hace imperceptible.
Adentro del tren está Nadia. Yo estoy en el puente, agarrado del alambrado.
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